En
navidad, los reyes magos dejaron en la mesa del comedor un regalo para toda la
familia. Se trataba de un sobre con un bono para acompañar a nuestros hijos de
12 y 14 años, a un viaje por varias islas del Mediterráneo en las vacaciones de
verano, pero el virus nos ha cambiado y trastocado a todos. Ellos ya son
responsables y saben del riesgo si salimos del país, así que hablamos con la
agencia y esta amablemente nos ha permutado el bono y hemos decidido hacer
turismo interior. Comenzamos con el pueblo de los abuelos paternos, o sea, mis
padres y el lugar donde nací. Es muy pequeñito y nos hemos alojado en la casa
de la tía Matilde. Ella vive al lado y nos ha alquilado la que ahora ha
acondicionado como casa rural. Es modesta pero muy coqueta, aunque no la
utilizamos nada más que para descansar y hacer las comidas, ya que estamos
recorriendo los bosques y paisajes que la rodean. Estamos disfrutando mucho,
creíamos en un principio que si no íbamos al extranjero, no serían vacaciones. Les he llevado donde mis padres tuvieron un terreno con huerta y sembrábamos todos los años la hortaliza. Hemos ido hasta el pequeño barranco al
que llamábamos “el río” y aunque no
lleva mucha agua, hemos podido refrescar los pies y la cara para seguir la
ruta que recordaba desde pequeño, hasta llegar a los zumaques, ya adentrándonos
en la ciudad a la que pertenece la aldea donde nací. Hemos comido moras, brevas y la verdad es que casi no tenemos
ganas de almorzar. Por la tarde vamos a
recorrer el bosque de piedra. Se trata del camino que bordea los tajos, donde
un ciudadano (artista sencillo y humilde), en sus ratos libres de siembra y cosecha,
ha esculpido sobre la roca todo tipo de personajes, animales y plantas e
incluso, ha tallado todo un recinto en una de las cuevas, haciéndola habitable
(cama, sillones y todo lo necesario para casi poder habitarla), falta el
colchón y los cojines para los sillones, ahí se refugia del sol en verano y de
la lluvia y nieve en invierno. Ha conseguido un ambiente mágico, donde se puede
contemplar por la ventana también tallada en la roca, el mejor espectáculo que
puede habitar un lugar tan espectacular. Las puestas de sol, mecidas por la
fortaleza y acariciadas por la belleza más sencilla y grandiosa que ojo humano
ha podido observar. Después bajaremos, nos ducharemos y visitaremos el centro
del pueblo, el pequeño museo con una réplica de un Hércules hallado en las
ruinas romanas (el verdadero está en Madrid) y las piezas de oro y plata (un
conjunto de joyas de Al-Ándalus pertenecientes a la época califal), encontradas
por unos niños, en unas obras realizadas en una antigua almazara de mi querida
aldea. Más tarde, visitaremos las iglesias (todas tienen verdaderos lienzos e
imágenes dignas de admirar), para
terminar con nuestros bocadillos de cena en las inmediaciones de la Fortaleza,
donde hoy visitaremos todo el recinto y escucharemos el concierto que se
ofrecerá al finalizar la visita, en el lugar llamado el Pocito. Quizá la ciudad
oculta, la tengamos que dejar para otro día, ya que todo no nos dará tiempo
disfrutarlo. Después volveremos a la aldea a descansar, porque mañana y los días que nos quedan, los dedicaremos al resto de pedanías. Todas ellas no nos dejarán
impasibles y yo disfrutaré como un enano, enseñando a los míos, mis orígenes y respiraremos
el aire que me vio crecer.
#historiasdeviajes.
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Nani.
Agosto 2020