Foto de Dmitry Rogozhkin
(https://www.instagram.com/r7dii/?hl=es)
Estoy
como se dice en mi tierra, “echando la espuela” o lo que es igual a: “Disfrutar
los últimos momentos de mis vacaciones”. Por las tardes cuando refresca un
poquito, me encanta sentarme bajo la enorme higuera que hay frente a la puerta
del antiguo y humilde cortijo de los abuelos. Está todo viejo pero no nos
atrevemos a tocarlo, porque sabemos que se nos escaparán con los escombros, el
fresquito que nos ofrecen los enormes muros y sobre todo, los bellos recuerdos de
los felices veranos que vivimos todos los hermanos y primos por estos
andurriales. Revueltos, correteando, chapoteando en el arroyo y comiendo frutas
cogidas de los propios árboles, para terminar como verdaderos mocosos aptos para
ser metidos debajo del chorro de agua, recién sacada del pozo. Como decía,
sentado bajo la higuera me he puesto a mirar unos whatsapp que tenía por leer y
el teléfono se habrá caído a consecuencia de ese duerme vela que entra a
ciertas horas de sesteo y relax, contemplando lo que me rodea. El caso es que
cuando he vuelto a estar consciente, lo he buscado y me he encontrado la
pantalla encendida y sobre ella, un pequeño ser sentado sobre una hoja y
pescando. Me he sorprendido pero no demasiado, porque el abuelo siempre decía
que sus tierras eran sencillas pero dignas de reyes honrados, en donde se daban
milagros y acontecimientos asombrosos (¡menudo milagro eran sus tomates!), así
que aunque siempre escuchamos aquellas batallitas como si fueran chocheces del
abuelo, en el fondo siempre esperábamos alguno de esos milagros o prodigios de
los que se vanagloriaba. Tras reponerme del asombro del primer momento, le he
preguntado que quién era y que hacía pescando en mi teléfono. Me ha contestado
que pesca respuestas a todas esas preguntas que nos estamos haciendo los humanos
en estos días de dificultades. Que el abuelo le encargó que viniera a ayudarme
si en algún momento la vida se ponía difícil y que estaba pescando lo que
necesito. Le he contestado que añoro luz y paz para el mundo. Me ha respondido
que eso no está en su mano, sino en la mía y el resto de humanos. Le he vuelto
a decir que no nos ponemos de acuerdo en nada y que solo brilla el ego, por
encima de todo. Me ha vuelto a responder, que los habitantes de la Madre Tierra
somos difíciles, pero que no es imposible llegar a acuerdos, que hay que
empezar en el comedor de casa, en la puerta de entrada y más tarde, en el resto
de movimientos y pensamientos que llevamos a cabo de forma individual. Después, cuando he querido preguntarle si será
posible que alguna vez seamos de verdad coherentes, ya tan solo había en mi
pantalla un mensaje que decía: Mirad más vuestro interior, igual encontráis más verdades, porque todas las tenéis
vosotros, si las queréis aceptar”.
Y
aquí estoy restregándome los ojos como si hubiera alucinado. Ahora sé que el
abuelo no contaba batallitas, sino que nos enseñaba verdades como puños. Espero
que el año que viene, pueda encontrar al menos resultados que ofrecer a esta
higuera que me da sombra.
Nani.
Septiembre 2020