… y una vez más estaban allí. ¡No lo podía creer!, y cuando les pregunté que hacían, me contestaron que estaban celosos y no soportaban más mi falta de interés y mis continuos despistes, así que sin más ni más, se metieron en mi cartera y allí aparecieron entre las hojas de las endibias. Cuando comenzamos a preparar las ensaladas y bajo el grifo sintieron la ducha, los gritos fueron descomunales. ¡Claro, ellos tan agustito refugiados en el cogollito de las verduras! Tenían alimento y estaban protegidos del medio ambiente y de los ojos supervisores de Nani. ¿Pero que se habrían creído? ¡Y encima me reprochan que estoy despistada, lo único que pasa es que no paro nada en casa, pero no les falta comida, ni su casita limpia, ni…, ufff! Yo no tengo la culpa de que estén dormidos cuando vuelvo a casa, ni que este invierno sea tan lluvioso y oscuro y les falten ya sus horas de fotosíntesis. También echo de menos las horas de calorcito en la espalda, mientras leo un libro en la terraza, pero aún faltan unos 30 días para que eso ya se deje sentir en plenitud y como ellos vinieron de allá del otro lado del océano, tampoco se acostumbran a los cambios de este irregular invierno, que por otra parte, es lo más normal que siempre pasó en estas latitudes, pero claro, con las sequías que hemos sufrido en los últimos años, todo el mundo cree ahora que estas lluvias y el frío, son anormales.
Pero lo que os contaba, es que aparecieron una vez más en la cocina y esta vez entre las endibias. Tres de los cogollitos no han servido, estaban picoteados y ya los he dejado para que les sirvan de alimento, pero de nuevo les he tenido que castigar. No entiendo porque tienen ellos que ser tan desobedientes y celosos. ¡Y para colmo se me suben de nuevo a la oreja y me cuentan que querían ver donde paso tanto tiempo y con quién, es el colmoooo!!! ¡Menudo susto le han dado a Carmen que es un poco supersticiosa y asustona!, pero no ha sido menos con Rosa y Marga, que dicen que soy un poco bruja porque tengo amigos duendecillos, jeje, ¡que sabrán ellas, ¡envidia cochina es lo que tienen! Jaja, en el fondo he tenido como siempre que inflarme a reír (pero a escondidas), cuando les vi encima de friegaplatos bailando un pasodoble, mientras tarareaba Ana una copla (creo que era esa que dice: “Julio Romero de Torres, pintó a la mujer morena, con los ojos de misterio y el alma llena de pena…”), ¡ea, que como se está poniendo otra vez de moda la copla, la folklórica de Ana allí cantando y los pequeñajos bailando y mientras tanto, pensando yo que castigo imponerles, porque no podía dejarles tal cual, porque así y todo, al menor descuido, les tengo haciendo de las suyas, ¡ya decía yo que llevaban mucho tiempo sin dejarse notar, se ve que ya han olvidado que les puse a contar las lentejas la última vez! Y esta cocina es mucho más peligrosa y eso lo puede asegurar mi amiguito el del flequillo engominado (¡sí, aquel que se engominó el pelo con harina y agua!). Esta vez se cayó en la masa quebrada y se quedó atrapado y casi espachurrado por el rodillo de Paula cuando fue a estirarla para forrar el molde de la tarta, ¡gracias que le descubrí y le atrapé en el justo momento en que iba a formar parte de la tarta de manzana! Pero lo peor de todo ha sido lo que le ha ocurrido al que siempre sonríe. Esta vez su sonrisa se ha quedado algo paralizada, ya que fue a parar al congelador junto con un trozo de pechuga de pollo que debía ser congelada y que Migue se encargó de envasar. El muy prenda fue a curiosear por el trocito de carne y acabó envasado y metido en el congelador, a Dios gracias que me di cuenta pero he terminado destrozada hasta que no los he tenido a todos en mi bolsillo y no les he perdonado tanto ajetreo y tanto descuido por parte de ellos, podían haber acabado congelados, en el desagüe de friegaplatos o dentro del horno, así que les he mandado a ordenar todas las recetas del archivador, después a sacar brillo a los moldes de galletas y dejar reluciente la cristalería (aunque les he visto deslizarse a modo de tobogán por las copas de vino), ¡no tienen remedio y he tenido que hacerme “la longuis”, porque de lo contrario es el cuento de nunca acabar!
Después les mandé que fueran derechitos a la cartera para que los llevara a casa, pero como siempre, en medio del camino encontraron algo que les llamó mucho la atención, ni más ni menos que una bandeja de profiteroles preparados para ser rellenados y los muy gandules, decían que eran cuevas preciosas (algunos ya llevaban queso de roquefort) y se les ocurrió decir que eran cuevas llenas de musgo y ¡madre mía!, fueron a parar a la nevera mientras hacíamos nuestro desayuno y cuando fue Eli a coger la mantequilla, se llevó un susto de órdago, al verles gritar y tiritar de frío, encima del bizcocho que habíamos preparado para hacer unos “biscochitos borrachos”. He tenido que decirle que son unos amiguitos de mis sobrinos, que siempre se escapan para descubrir mundo y que les gusta meterse en mi cartera. Para ellos mi cartera o mi bolso, es un pasaje a otro mundo desconocido y como son tan curiosotes, pues…, en fin, que no salgo de una, cuando ya me meten en otra y lo más gracioso, es que todo el mundo ya se cree que estoy más “pacá que pallá”.
Por fin he conseguido atraparles y yo misma le he llevado al coche, castigados con la llave echada y por supuesto, con el encargo de que dejen la tapicería como “los chorros del oro”, les guste o no y con la seguridad de que esta noche se van a la cama sin su ración de acelgas y sin su piruleta de fresa. Sé que no durará mucho pero mientras lo recuerden eso será lo que yo habré ganado, ¡no sé cuando van a serenarse y ser más responsables, ya sé que todo es producto de su inmensa curiosidad, pero no me vale que a cambio estén siempre en peligro y yo coja unas rabietas de “mil pares de narices”, y…
… y pensando todo esto, terminé mi trabajo, me fui al coche y cuando me dispuse a sentarme al volante, todos estaban sentados alrededor de dicho artilugio, esperando que yo cayera rendida a sus encantos, puesto que en el momento que me senté, todos al unísono se pusieron a cantarme esa que dice: “Por ser la chica más guapa…” ¡Serán puñeteros, pues no esta vez no sucumbiré, pensé yo! Y si más pronto pienso no sucumbir, más pronto caigo en sus encantos y en sus redes, porque estuvieron imitando a “Roberto Chiquilicuatre” incluido tupé (que ya procuraré enterarme de donde salió) y como os cuento, una vez más he caído rendida ante tanta diablura y picardía, creo que no tengo remedio y en el fondo soy igual que ellos y me encantan tal como son, pero ¡puñeta, vaya sustos que me hacen pasar!