Palabras obligadas: pasaporte, horizonte y laberinto.
Éramos
compañeras de colegio y amigas fuera de él, desde que estuvimos en párvulos.
Cuando por la tarde terminaban las clases, merendábamos y quedábamos con el
resto de compañeras a jugar a la comba o si nos íbamos al parque, nos uníamos
al ir pasando por las casas que nos cogían de paso. Mi amiga vivía en una casa
antigua y muy fresca en verano. Tenía dos entradas ya que hacía esquina. Una de
ellas daba a una calle muy estrecha y umbría que era por donde entraba la chica
de servicio, la familia y todo lo relacionado a dicha estirpe y la otra entrada mucho más interesante daba
a la calle principal, ya que al mismo tiempo era el negocio que regentaba la
abuela. Fue una tienda de sobreros “Sombrerería Los Pajaritos”, donde me
encantaba esperarla. Siempre estaba la abuela con su gran escote ¡hiciera frío,
cayeran chuzos de punta o un sol de justicia típico de la Andalucía más
caliente! Quedó viuda hacía ya mucho tiempo y era principalmente la fuente de
sustento de toda la familia. Tenía que andar muy arregladita y presentable, ya
que su clientela era mayormente masculina y ella sabía cómo agradarles, coqueta
siempre y con una adorable sonrisa para alegrar la vista a su concurrida clientela.
Me gustaba verla sacar con maestría los sombreros de aquellas enormes cajas
redondas de cartón de donde salían sombreros de fieltro, gorras de lana y hasta
un día estando yo allí, un pasaporte
que le había guardado a un señor que según me dijo mi amiga, fue espía y cónsul
en la posguerra española. Cuando descubrí este secreto y alguno más, me sentí
la niña más afortunada del mundo, ya que en cierto modo formaba parte de la
historia de mi país. Me contaba mi amiga, que su abuela era colaboradora y
colega de muchos hombres que con la excusa de la compra de una gorra o un
sombrero por allí aparecían con un encargo, procurando estar preparada cuando
en el horizonte los veía aparecer estando
asomada a la puerta tomando el sol mañanero o intuía su llegada; aunque el
teléfono que había en la trastienda también jugaba un papel bastante importante,
siendo a veces mi amiga quién recogía los recados por norma en clave y bien
amarrados, para que nada se notase desde la percepción de cualquier cliente o
amigos que pasaban a saludar. A veces aquel local era como un casinillo, donde
se ponían al día los parroquianos de mi pueblo tanto de chismes, dimes y
diretes, fallecimientos y todo tipo de acontecimientos. Más tarde supe que el laberinto de cajas y fieltros recogían
en dobles fondos, documentos que de haberlo sospechado las autoridades de la
época, hubieran metido entre rejas a la abuela, los padres e incluso a mi amiga
a pesar de ser una niña de secundaria cuando empezó a formar parte de la trama
que allí se cocinaba, igual que el puchero o las lentejas que a la subida de
las escaleras se cocían a fuego lento y que también vigilaba la abuela, siempre
activa y matriarcal. Su madre como era habitual en una señora de la época, se
pasaba el día en la salita al final de la escalinata tejiendo jerséis,
calcetines y braguitas blancas relucientes, con una destreza que me
hipnotizaba. Su padre viajaba mucho en un enorme coche negro de aquellos que
utilizaban los funcionarios con chofer y también pude saber, que era parte de
aquellos tejes manejes que por allí se aliñaban. Un día de buenas a primeras,
el coche desapareció así como el chofer y su padre quedó sentado en el sillón
contiguo a la tejedora, prosiguiendo así hasta el día que falleció aún joven y
creo yo, que aburrido al no poder continuar con su activa vida anterior. Por aquellas
fechas, los señores dejaron de utilizar sombreros de fieltro y con la falta de
clientela y entresijos, la abuela se fue haciendo demasiado mayor de puro tedio
y porque los años pasan. Con todo ello, el declive de aquella querida familia
que tanto me entusiasmaba y me divertía. Hoy mi amiga sigue siendo alegre como
siempre, está viviendo su vida como una mujer normal y divorciada de aquel
primer amor que adoró pero que salió rana, adora a sus hijos y nietos y
recuerda aquellos acontecimientos con tanta nostalgia como yo los añoro.
Nani . Agosto 2018