Todo
comenzó un día a comienzos del verano de 1936. Recién recibidas las vacaciones
y cumplidos los 16 años, su padre que tenía muchos quehaceres y pensando que
podía pasar unos días de verano en otro entorno, la mandó al norte de África
donde vivía su hermana y tía de la chica; casada esta con un alto cargo en la
ciudad del protectorado español. Allí escuchó a los pocos días en la emisora de
radio que hasta ellos llegaba de la península, que había estallado una guerra
civil quedando acongojada y preocupada por sus cuatros hermanos mayores y el
pequeño que había llegado en segundas nupcias hacía bien poco, y sobre todo; le
asustaba la suerte de su querido padre, un hombre con cierto prestigio en su
ciudad y fuera de ella.
Sus
tíos la tranquilizaron y comenzaron a transcurrir los días en aquella bonita
ciudad multicultural. Pasaban los meses y no llegaban noticias de la península.
Apenas, las que por la noche se podían escuchar algunos días en aquellas ondas
andorranas.
Pasó
un año, después otro y luego el tercero de la guerra civil y ella seguía sin
noticias de la familia. Un día paseando por la calle, la saludó una chica y le
preguntó si era la que ella creía. “El mundo es muy chico – le comentó -, soy
de tu pueblo, pero… ¿cómo no llevas luto?” La chica que fue a pasar unos días a
Marruecos y tuvo que quedarse durante la guerra civil, se quedó petrificada y
le preguntó por el motivo de llevar o no luto. La forastera le dijo que si no
sabía que a su padre lo habían fusilado en los primeros días de la guerra civil
y que su hermano pequeño (no el bebé), había ido a vengar la muerte de su padre
y murió de tuberculosis, en los tajos que rodeaban el pueblo.
Todo
fue tan extremadamente trágico, que la forastera se ofreció a acompañarla a
casa de sus tíos y allí se descubrió el pastel. Los tíos sabían de las dos
tragedias pero no se habían atrevido a comunicarlo y ya no sabían cómo afrontar
el problema.
Huérfana,
maltratada y poco respetada no supo que hacer, no sabía a dónde ir y prosiguió
en aquella casa en la que ya no se sentía sobrina, ni la prima, ni nada, sino más
bien y sobre todo, después del nuevo horror vivido entre tanto; una criada como
la Fátima de turno.
Sí,
la prima jugando con su novio (casi niños los dos) militar él y limpiando el arma, creyendo no tenía balas
la pistola, está se le disparó y atravesó a la joven novia que murió después de
una larga agonía de tres días.
Su
tía se trastornó y la culpaba a ella. Le decía que podía haber sido ella la que
debió fallecer, ya que no tenía a nadie.
A
pesar de todo, la chica siguió más de una década en aquella ciudad marroquí.
Conoció algún chico, militares que iban y venían, pero ninguno la enamoró. Después
de tanto tiempo, decidió ir a ver a sus hermanos que ya habían rehecho sus
vidas y estaban repartidos por toda España. Allí tampoco encajaba y se volvió a
su pueblo a hacerse cargo de su pequeña herencia. Un problema de nuevo que
afrontar y aunque reclamaba lo suyo, ya volvía muy tarde según quienes y tuvo
que enfrentarse de nuevo con la incomprensión y el dolor, pero a pesar de todo rehízo
su vida y siguió adelante, trabajando con responsabilidad y mucha fe.
Siempre
que escuchaba algún señor toser o carraspear, creía que al volver la mirada hacía
donde procedía, iba a encontrar con vida a su padre. Ella no le vio en sus
últimos momentos y aunque le dijeron que estaba en la fosa común, la esperanza
y la duda, siempre perduró.
Por
eso nunca vivió del todo. Por eso no encajó del todo. Por eso la familia que
tuvo, tampoco la entendió del todo. Y por eso, enfermó tan joven y se fue en
busca de aquel padre que adoraba. Necesitada de certezas, que la vida no le
había proporcionado.
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Nani.
Marzo 2019